miércoles, 26 de marzo de 2008

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Lo que Gella buscaba en esos momentos era ese sentimiento de sublime intoxicación con saliva, la sensación de estar atravesando por un tunel oscuro lleno de percepciones, lo que todavía nadie le había haber dado y dado a pobar, una experiencia que desconocía hasta el día que lo conoció íntimamente. Se las rebuscaba para acabar siempre en la cama de cualquier manera, cualquiera que fuera la ocasión que los había reunido (y él lo sabía). Y si bien Gella esaba al tanto de que él se había dado cuenta, aparentaba ignorarlo todo, su conocimiento sobre ella, los encuentros casuales, la fascinación por ese rato en los lugares que no había frecuentado antes. Porque para ella no era el frenesí la desesperación; era más cuestión de detención detallada, de concentración en un solo punto en un solo segundo, la mano que ahora le pasaba por el pecho, enfocando todos sus movimientos en la punta del dedo. Y todo esto pasaba mientras el se adjudicaba un papel de mero expectador silecioso, un observador oculto que fuma detras de una cortina, dispuesto a tomar nota de todas las particularidades de la persona gelleana con la mirada.
Y él se daba a sus lugares en un momento de recuperación del aliento y de las palabras que habían sido trocadas por silencios prolongados y acaso gemidos irreprimibles que sonaron al unísono. Automáticamente se ponía a charlar, o mejor dicho a monologar mientras Gella escuchaba atentamente o totalmente perdida y extraviada en cualquier otra parte. A veces se mostraba comprensible frente a las declaraciones de intimidad que hacía, sabiendo que en ninguna otra ocasión se mostraría tan confidente y desnudo como en esos momentos de paz luego del arduo combate que habían librado. La idea del combate era suya, se la había expresado a Gella en alguna otra sesión de sinceridad. No duraban más de diez o quince minutos como máximo, no más, hasta que el recobrara la conciencia plena y se diera cuenta del error que acababa de cometer al haber pronunciado todas aquellas palabras. Gella los tomaba como momentos de debilidad favorecidos por el cansacio y el silencio, donde el no se podía contener y largaba todo lo que se había tragado durante el día o la semana. Era una especie de catarsis y Gella también se desahogaba con él, moviendose en la cama, haciendo esfuerzos enormes por acomodarse en la posición adecuada, dandose vuelta para mirarlo a la cara, o bien ofreciendole la espalda, obsequiándole el culo que todavía irradiaba calor desde la parte de adelante. De espaldas ya no podía saber si estaba despierta, si todavía lo escuchaba o si su voz la había adormecido como ya había pasado otra vez que se ponían a conversar tendidos en la cama. Si ya dormía, mejor. Más intimidad para soltar palabras. Ya no tenía que decir lo ncesario en el momento adecuado. Le hablaría a las paredes, a la mancha de humedad que carcomía la pared, la cual se dedicaba a mirar cada vez que por una cuestión de azar le tocaba en lado de la ventana y entones la mancha de daba justo en los ojos, o al terrible lunar acusador que tenía en el centro de la espalda.

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