martes, 11 de marzo de 2008

“Yeeeeeees” estiraba las es de su yeeeeeees que parecía la espalda de un gato arqueándose frente a una caricia. Dianese, que por un factor externo (ella consiguió un second job los viernes, sábado y domingo a la noche y por eso, este viernes, mi viernes de la semana porque sábado tenía off, la vi entrar con sus tetas y cadera de haitiana francesa por debajo del disfraz violeta. Tardo en obtener el motivo de su presencia, pero se va haciendo costumbre. Le tenía idea. La primera vez que la vi fue por el mismo motivo. Siendo nightclass, apareció un día diciendo que había conseguido un trabajo nocturno solo para ese día. Esa vez nos contó las cosas que la night people sabía y los day class no (más tarde entendería el por qué los que iban a la noche sabían más chismes acerca del casino, de cuando se iba a abrir; a la noche se armarían grandes rondas de discusión acerca del nuevo negocio que es el casino en el sur de florida; a la cabeza de la gente de la noche estaba la cabeza del grupo: Damon). Y de ese grupo dirigido por este jugador compulsivo, manager, novio de la hija de la directora, de ahí, de esa gente, venía Dianese.
Luego la veía caminar con la frente en alto creyéndose la más gata, con sus amorfismos de edad, raza y sobre peso, que ella misma ese primer encuentro comentó en una ronda de señoras de todas las razas y países (Noemí, Marisa, Anita, Tory, que no era del todo mujer) y yo, que por la mañana había bajado a probarse el uniforme y pidiendo talles se había encontrado gorda.
Algo de belleza guarda su cara: el verde de té verde de sus ojos, sus rasgos de mascarilla de la isla de Haiti, el claro de su piel de color.
El primer costumer es para ella. Quiere cambio de cien en twennies. Ella saca cinco twennies y cuenta: “tuenti, foli, sicsty, eili, one hundred”.
Entonces, como si se tratara de un teatro o una plataforma de desfile de personajes (más o menos macabros) y nosotros en la south cage, el público sentado en las banquetas del lado de adentro de los barrotes, pasa Kenny, el maintenance que dice ser algo así como un arreglapleitos, repartiendo tarjetas que salen del bolsillo de su mameluco, un papel con su nombre, su número, su segundo trabajo, en el cual eventualmente tiene algún pleito que arreglar. Kenny saluda con un disparo de dedo y un guiño de ojo a Dianese. Shuhun se empieza a reir, como de costumbre, y ella dice “what?” y Shuhun dice “what? I din’t say anything” y se ríe y a los pocos segundos ella se ríe, también.
“He’s not my type”, dice “I’m very picky as a woman. If I was a man, I would be more picky. I look at the face, the body and the person”. Y en ese momento recordé una escena sucedida frente mío a la mañana (10:20 AM). Robert, o el que creo que se llama Robert, aunque estoy casi seguro que no se llama así, el mismo que me dice cuando me ve en distintas zonas del casino:
“how you doing, Patrick?”
“good, preetty good” y él me apreta la mano figurándome algún tarso o metatarso de mi diestra; este mismo ropero oscuro se acercó a la ventana de Dianese (la dos, yo estaba en la tres) y entabló una charla en creole. Se ve cómo desde la altura se agacha, apoya sus codos en el mostrador y se hablan en codigo detrás del vidrio. Por las miradas no hay duda de que es un cortejo. Robert o como se llame, levanta el tablón que había tendido para llegar hasta Dianese, atravesando el vidrio (no detiene a las miradas, sólo al tacto) y se va. Yo todo este tiempo estuve esperando un apretón de manos.
“I only look at the body” agrega el hijo de puta de Shuhun.
Y cómo no, pienso, si el primer warning que le pusieron fue por estar en internet buscando porno. Pero así me tocó una vez con él en High Rollers, sólo nosotros dos y pudimos charlar de esto y lo otro, me habló de su padre que, nacido en Pakistán, se fue a Inglaterra, cruzó a Paris, anduvo en algunos lugares más y voló a Miami y ahí se agarró a una negra y salió ese engendro. Entonces me dice que quiere ir a Canadá, si tuviera que elegir un lugar para viajar.
“Canadá? Qué hay en canadá sino un gran hielo de miles de kilómetos cuadrados?”
“You go to Canada, to a bar and they serve you a pipe to smoke” se cagó de la risa.
Yo no lo podía creer. Después de tanto tiempo, tenía noticias de ella. La despedí con un último beso en el patio de mi casa de ciudad evita antes de ir al aeropuerto, donde me esperaban mis amigos para la previa de la salida hasta que me fui. Desde ahí, sólo soñaba con ella. Aparecía en mis sueños como la inalcanzable, la distante, la irrecuperable.
Sin vacilar más le pregunté si me conseguía.
“I’ll get a nice shit for you, Patricko”.
Le pregunté cuánto, cuando, donde pegaba, que onda acá el faso, todas preguntas que no hallaron respuesta.
Tardó un par de semanas en traerme el faso. Se le había perdido la billetera, con la licencia de conducir o los desencuentros a la salida del trabajo. Un día me llama orgulloso a la mañana desde una distancia. Se está riendo, como siempre. Me grita desde más o menos lejos
“Patricko, I got something for you. Good stuff”, y me dice que me lo trajo, que es una prueba, que le tengo decir cómo me gusta y mañana le digo si quiero más.
“Puedo decirte ahora que quiero más?” le pregunto, se ríe, claro, pero no sé si entiende, si quiere entender o si está en el sueño coronatorio de ese negro atorrante, que es ser un drugdealer y tener un par de minitas, ya comenzando por tirar un fasín por acá, a mí, otro, como me dijo y que no le diga a nadie, por allá, al supervisor Noel, que en ese instante, su imagen de supervisor, de hijo de cubanos, de ese “cubano-americano” da un giro inesperado. Pero no de tantos grados. Evidentemente, desde aquella vez quedó cerrado un círculo blandible, pero cerrado y círculo entre el hijo de pakistaní, el hijo de cubano y yo.
Lo acompaño al estacionamiento. Es interminable. Lo camimanos mientras Shuhun no recuerda donde dejó el auto. Ahí está, un auto amercano, manejado por un negro. Entramos. El asiento del conductor estaba lleno de pelotudeces, paquetes de puchos vacíos, paquetes de papa fritas o lo que sea, un buso. Había en el asiento del acompañante un blue-tube, que es un mp3 que te colgás de una oreja y estás medio sordo a donde quieras que vayas con él. Se lo vi a muchos maintenance, a algunos seguridad y a muchos clientes. Este negro lo tenía ahí tirado, seguro habiéndole costado un par de cientos de dólares, porque tenía la radio en el auto con pasacassett.
Una vez arriba, me muestra su bolsa. No lo puedo creer. Abre un compartimento del auto y saca una ziploc bastanbte grande y la abre. Se ven muchas ramas verdes y sale un barandazo espectacular. Nunca había olido algo así. Me hace acordar a los buenos tiempos de la planta de nachito. Ahora, me alcanza lo que tiene para mí: una bolsita ziploc pero tan chiquita como para un par de fasos. Me dice que eso está cinco pesos. Que no tengo que pagárselo ahora, que la pruebe, le diga cómo me gusta, y si me gusta, mañana le pido más. Evidentemente, no escuchó o no quiso escuchar mi respuesta. Se la voy a tener que repetir mañana. Finalmente, nunca le pagué esos cinco dólares.
Esa noche, volví a casa pedaleando como nunca. Titi había ido a buscarme a la puerta del casino. El estaba de vacaciones, preparando unas materias para marzo y se embolaba de la vida tropical e hiperconsumista. Se había gastado la plata que le había regalado, un vuelto grande de una compra que me hizo en buenos aires mientras yo no estaba. Y había reventado eso y lo que había traído en pastillas de menta. Comía como dos por día, costándole tres dólares cada uno. Eso es la conducta de un enfermo.
Y después de las formalidades de estar un rato con titi y tomar unos mates con mamá en su casa, volé en dos ruedas y a pedal las veinte cuadras que quedaban hasta mi casa, yendo por Hallandale Beach Boullevard hasta Holiday Park, a donde tenía mi casa rodante. No aguanté darle la noticia a Esteban. Nos abrazamos y fuimos a comprar sedas a lo de Apu, el minimercado cruzando la Hallandale. Las sedas allá se llamaban 1.25, uno punto veinticinco, o como le decían one and a quarter. Armamamos un fino a penas volvimos de comprar sedas, cocas, un six pack de birras, dos atados de marlboro.
Al día siguiente fui a pedirle más, porque esa bolsita de cinco dólares, la niquel bag, se me acabaría ese mismo día.
Una semana más tarde, me encontraría nuevamente en su auto, ahora tirándome la gran bolsa, la de veinticinco mangos, que había más o menos doce gramos.
Una semana más tarde, me encuentro nuevamente en su auto. Me dice que espere, que ahora solo tiene esta niquel bag de un faso jamaiquino. Jamaiquino, digo, me gusta, me gusta, pero cuando veo la piedrita digo what, pero en silencio, no quería faltar a la honestidad de Shuhun. Le doy cinco mangos por esa piedrita y quedamos en que me traiga ahora una bolsa de cincuenta mangos y ya, que si podrían ser cien mejor, pero no sé si eso se puede, dónde consigue el faso este negro. En casa pruebo el jamaiquino. Ya Esteban también desconfía de eso, porque me dice, si es el que fumé yo, démosle un par de secas y a apagarlo. Pero ya el aspecto hablaba de otra cosa. Nos saltó que haya venido en piedra, como todos conocemos el faso villero. Pero acá en Florida, en el Estado del Sol, las plantas de marihuana crecen de tres metros y vienen en ramas, no en piedras. Otro dato aportado por Esteban: el faso que sale de florida, suministra toda la costa este del país, desde acá hasta Nueva York, donde no crece una planta por el hielo, pero debe ser un paraíso en cuanto a la música y el arte. Acá, en cambio, fumábamos del mejor faso de estados unidos y escuchábamos reguetón y bachata.
Dos semanas después me encuentro nuevamente en su auto, charlamos las pelotudeces de negro y argentino y me da la bolsa de cincuenta. Estrujada, la guardo en un paquete vacío de Newport que encontré en el asiento, y vuelvo a trabajar. Le quedo debiendo cincuenta dólares. Ese día teníamos que cobrar las propinas, que se dividían por partes iguales entre los cajeros, y comparado con otros, no eran tan generosas. Igualmente, pagaban esos cincuenta mangos del faso. Le digo a Shuhun que le doy la guita de las propinas. Pero a la salida, él todavía está en la jaula y yo afuera, y me voy. En la entrada del casino me espera titi, que ya mañana se vuelve a buenos aires.
Una cuadra más adentro cruzamos un patrullero que en la esquina frena un auto y lo detiene por ir en contramano en una calle tranquila. Yo me había mandado el faso en los calzones, porque sabía que si la policía te paraba, te pedía por favor, si no tenías documentos, de abrir la mochila. Yo caminaba tranquilo, como residente norteamericano. En casa, con titi y mamá, me llama Shuhun y me dice, “Patricko, cómo te vas a ir sin pagarme los cincuenta dólares?” Trato de explicarle por todos los medios, con todas las intensiones, pero no consigo que me entienda, menos por teléfono.
“¿estás en auto?”. Sí, más difícil, porque a pesar de que la casa de mi mamá queda a ocho cuadras del casino, tiene que desviarse de la avenida, retomar, hacer una y llegar a donde estoy yo, con sus cincuenta mangos. Pero es inútil. Ni yo sé indicarle ni él entiende. Entonces, sabiendo de sus costumbres alimenticias, le propongo:
“meet you at Mc Donals”, que queda a una cuadra de lo de mi vieja, sobre la avenida. Con el faso todavía en el paquete de Newport, en lo de mi vieja me pongo unos pantalones y una camisa y dejo tirado el uniforme violeta. La despido, con una excusa, de que el negro no sabe llegar, que es un negro medio tonto, como todos los negros y que es inofensivo, por eso está tratando de ser mi amigo. Con estas explicaciones y una promesa de quedarme mañana a comer, salgo para el Mc Donals con todo encima, sin la bici y me lo encuentro. Subo al auto y saco la plata para pagar.
“Pensé que te la podía dar mañana” me excuso. No hoy es jueves, su viernes, porque mañana viernes tiene franco, y sería como su sábado, porque el sábado también tiene franco y es su domingo, día de descansar y visitar a la familia. Antes de que haga una cuadra le pregunto:
“¿vas para el west vos, no?”
“yeah”
“¿para la I-95?”
“yeah”
“entonces llevame a mi casa que queda a una cuadra de la I-95 por la Hallandale"
Saco el sobrecito amarillo. Nos reímos los dos. El sobre de las propinas esta vez es más chico que de costumbre. Le cuento que fui a buscar el sobre después que él me había dado el faso, en el mismo recreo. Que Victoria Cannon ve mi cara de sorprendido y contesta a mi comentario de “how small” con un refrán que su hija tuvo que completar: “Big things comes in small packages”
“Not this time, mam, not this time” agrega Shuhun contestándole al fantasma presente de Victoria Cannon en nuestra conversación.
Una curiosidad con el asunto de las propinas: “¿recibiste un par de billetes de dos dólares con el paquete de las propinas?” le pregunto. Era una especie de pequeña alegría desde el money room frente a la baja de 76 a 44 dólares en las propinas de una semana a la otra. Los clientes no estaban dejando propinas.
“No, only one”
“How much the gave you?” le pregunto intrigado
“Thirty two box”
“Something’s missing there” opino
“Something’s really wrong with those people.
Le comento que me están debiendo unas cuantas horas extras, desde principio de enero. Lo mismo él y Norma Jean y Stephanie y casi todos.
Después de tanto bla bla, le pago. Casi todos en billetes de uno, porque eran las propinas. Me dice que necesitaba esa plata, porque hoy iba a salir, iba a ir al Hard Rock para jugarse unos manguitos a las mismas máquinas con las que él trabaja.
Le propongo que ya que está a una cuadra de mi casa, y mi casa está a una cuadra de la autopista, que se venga a fumar un churrito conmigo y luego arranca. Me dice que sí, pero que va a parar en la estación de servicios a comprar algo. Cuando vuelve de comprar me muestra: un royo de hojas de tabaco.
“I’m gonna show you how we smoke”
En casa estaba Esteban. Ve llegar un auto y sale un negro. Sabe que es el negro que me vende marihuana, el mismo al que a pura a través de mí cuando se está acabando la bolsa y ayer a la noche cuando se acabó. Mi llegada con Shuhun son buenas noticias. Aunque se toma el lugar al reproche en nuestra lengua para decirme que podría haber venido con el faso, pero sin compañía. Da igual.
Adentro pongo Flowers, de los stones. Es la primera vez que tengo un negro en mi casa. Y también es la primera vez que tengo una casa propia, aunque sea una casa rodante en un parque, lo que acá es considerado lo mismo que una casa de chapa en una villa, compartiéndola con esta persona de cuarenta años que digo que es mi primo, pero en realidad Esteban es hijo de Cacho, el primo de Osvaldo, el primo de mi vieja. Y con un negro en el living, fumando de la mejor marihuana de este lugar, hablando pelotudeces hasta que el negro se vaya.

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