martes, 11 de marzo de 2008

bITácora del Capitán Pepo I

“Otro día más en la jaula. Hoy es sábado; el martes me pasan en blanco, se cumplen los tres meses de estar trabajando para el Mardi Gras Gaming & Racetrack Center, en el casino. Treinta y nueve van. Treinta y nueve hasta la fecha (2/17/07), días en los que estoy encerrado ocho horas diarias en esta Jaula. Mi misión: expedir dinero, realizar transacciones, canjear tickets por plata que está a cargo mío (20.000 dólares por día). Mi objetivo como Ser, como Cajero: llegar al Zero Balance.
EL Zero Balance es algo que muy pocos han podido alcanzar. Si uno creía que venía en una racha de cero cero, 00, de lunes a jueves, el viernes al entregar la bolsa a la ventanilla y le falta un níquel. Un níquel! Esto en el más destacado de los casos que se aproximaron al Zero Balance. Una de estos casos es el de Noemí, que al final de la semana, tiene que pagar veinte o quince, o ese níquel de shortage, mientras que yo rezo que no sean más de veinte dólares.
Yo no soy un caso de aproximación al Zero Balance. Alcanzar ese estado de equilibrio numérico es un trabajo que requiere quizá años de práctica, trabajo y perseverancia en ese campo, por supuesto, habiéndose dedicado desde las primeras instrucciones que reciben los niños a esa materia de vida exclusivamente. Un niño, o mejor pongamos una caso de la vida real, una niña, cursa en la escuela y en la materia matemáticas destaca un apego y una familiarización de los números como sus compañeros de toda la vida, su ventana hacia lo abstracto, hacia la comprensión, más adelante, de dios, o de un concepto de dios que se construye a partir de la operación más sencilla: la suma. La suma de uno más uno, equivale a dos, y si le sumamos otro uno, tenemos tres. Así, sumando todos los unos, se llega a ese infinito como por una escalera peldaño a peldaño. Esto es lo más parecido al rezo, si intentamos comparar con la religión católica, porque la manera de comunicarse con dios, en uno son las palabras que uno tiene para pedirle a dios, y en otro, son los números para llegar a él, pero en los dos casos es un momento muy íntimo en la vida del ser creyente. De hecho, ya que la creencia practicada por la niña no encuentra igual, es acoplada a la religión católica marista, con la cual encuentra muchos puntos de referencia.
El hecho de que yo me haya querido acercar al Zero Balance era para no tener que pagar lo que terminaba debiendo al final de la semana. Cuando no estoy short, es porque estoy over. Estar over está bien. No llegás al Zero Balance, no dormís con la conciencia tranquila, no tenés esa certeza de que cada billete y cada moneda están en las manos de quien corresponden, en las manos en que el Azar decidió poner esa plata. A mí no me quita el sueño. Me conformo con que no tengo que pagar la plata que di de más y que ahora ellos tienen de menos. Diez dó, veintidós con veintidós dó míos no es nada comprado con los ciento y pico, noventa y siete, cuarenta y seis de shortage por parte de la noght people, como mostraba una planilla al lado de la ventana donde se estrega la bolsa, con nombres y lo que debía cada uno por día, el total de la semana y abajo, el total de todos los shortages de los treinta y cuatro cajeros de ambos turnos, día y noche: $1,027.81.
Durante todo el día me dedico a mantener una línea constante de ciudado y atención a mis transacciones. A las seis de la tarde (según ellos, las seis de la noche), voy al Cuarto del Dinero, una sala blindada que me hace sentir que he descendido al subsuelo, bajo tierra. El piso del casino es el antesuelo y al cruzar la puerta, pushing exit button, uno se encuentra con el Sol. Que quiero verte, que quiero oirte, y te voy a buscar.
Y en el Cuarto del Dinero, luego de pasar por la antesala caminando a través de los clientes que juegan y juegan, escoltado por un negro de saco gris, el seguridad, hasta la Trampa del Hombre. Pasa su identificación por el lector y la puerta da acceso. Lo tiene que hacer él porque yo no tengo acceso a esa puerta. Una vez el mmrrrr y empuja la puerta, pasamos los dos. Yo todavía estoy bajo su responsabilidad en la Trampa del Hombre. Se cierra la puerta y quedamos atrapados. Ya entiendo por qué le llaman así: para abrir una puerta, todas las otras puertas tienen que estar cerradas. Acá hay tres puertas: por la que entramos, que da al piso del casino, una a la derecha, que es la entrada a la Jaula Sur, a la que sí tengo acceso. Y la tercer puerta da al pasillo de la Trampa del Hombre. Simplemente hay que apretar el botón que dice exit y la puerta se activa. Del otro lado, otro seguridad, sentado, cuya única función es abrir la puerta al Cuarto del Dinero o a la Trampa del Hombre. Y ese pasillo, todo blanco, continúa más allá de donde dobla y no podemos ver qué hay más allá. Marisa, que supo comenzar con nosotros como cajeros, pero que más tarde se pasó a trabajar al Cuarto del Dinero, porque no le gustaba lidiar con clientes. Me comentó que más allá de donde doblaba el pasillo de la Trampa del Hombre, había más pasillos que eran un salvoconducto hacia el segundo piso, por el cual iban los cajeros que trabajaban en la cafetería del segundo piso.
El seguridad intercambia unas palabras con el otro seguridad, quizá en creole, si se trata de mujeres o algo ilegal y me deja pasar a la antesala del Cuarto del Dinero. Ahí, debo tocar un timbre y enseñar mi identificación a la cámara, que están viendo por una pantalla detrás de la ventanilla donde están los que trabajan en el Cuarto del Dinero, la gente púrpura. Su púrpura es el mismo que el de nuestras camisas. Sólo que ellos usan mamelucos que se ponen arriba de la ropa y se sacan cuando se van a un recreo o almorzar. En cambio nosotros, nuestra camisa púrpura, nuestro chaleco de arlequín pedorro. Que bronca trabajar en un casino.
Es precisamente en el Cuarto del Dinero donde se da lugar al momento más agitado del día, el momento del balance.
Una a una cuento las monedas sobre el mostrador. A veces pueden haber cuarenta y siete pennies, veinte niquels, cuarenta y nueve dimmes y treinta y cinco quarters, un total de ciento cincuenta y un monedas que suman quince dólares y catorce centavos, sumando dos roll of quarters y tres rolls of niquels (no sé por qué nos dan tantos rollos de monedas de cinco centavos, si los niquels son las monedas menos utilizadas en la transacción. Y todavía no entiendo por qué son más grandes que las de un centavo). Todo esto, hace un total de cuarenta y seis con sesenta y cuatro, cuatro mil seiscientas cañas en billetes de cien, ciento cincuenta en cincuenta (los fifty son de mala suerte, según apostadores), cuatro mil veinte en veinte, quinientos de diez, mil ochocientos treinta y cinco de cinco y ciento cincuenta y un singles. Da siete mil seiscientos ochenta y cuatro con sesenta y cuatro. Tiene sentido.
El momento de la verdad se acerca. Miro el reporte de mis transacciones diarias. Según el reporte del supervisor (que puede que esté mal, aunque lo hace la computadora, porque están ingresados erróneamente los datos del primer ticket pagado y el último, y eso genera confusión, a veces pánico porque las cuentas no cierran por mucha diferencia), yo había pagado doce mil trescientos dos dólares con sesenta y un centavos. Hago la cuenta final: 7,684.64 + 12,302.61 -20,000 y me da que estoy corto doce dólares con setenta y cinco centavos. Me da bronca, pero por las dudas hago la cuenta al revés. ¿Dónde está el error? Si el número es redondo, por ejemplo, diez, veinticinco centavos o un dólar, cinco dólares, lo acepto. Pero el número me suena raro. Sin ningún supervisor a quien preguntar, veo el número del balance otra vez, veo los números de los billetes, no pienso contar las monedas de nuevo. Pero me acuerdo. Un ticket invalidado, como le dicen. No está en el sistema, por tanto, no aparece en el reporte, pero hay una hoja donde poner los datos del ticket y es el comprobante de pago del cajero a la hora de hacer el balance. Miro esa hojita. Entre tanto papelerío, se me pierden algunos. Las hojas de los cheques pagados, la del balance, el papelito cuando te vienen menos monedas de las que te tienen que dar. Me doy cuenta que perdí ese papelito. Y yo que me había tomado el trabajo de contar una a una todas las monedas de los royos que abrí para pagar el cambio. Me faltaba una: un quarter. Así que ahora debería de faltarme doce cincuenta. Encuentro el tiquet invalidado. Doce cincuenta. No lo puedo creer. Hago las cuentas de nuevo en la calculadora, y el resultado arroja un gran óvalo: Cero. Pero por desgracia no he llegado al Zero Balance, puesto que en el casillero del número final, tengo que poner: -0.25, por haber perdido ese papelito de mierda.

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