martes, 11 de marzo de 2008

Extendió las manos con los dedos separados y yo se la tomé.
“I’ve done my nails”
Sus uñas, por las que había pagado unos billetes: punta cuadrada, una línea diagonal que separaba dos triángulos equiláteros, uno negro y uno blanco.
“It’s nice” le contesté más por oficio que por lo que me gustaban.
Pero en ese momento no caí que quizá sus uñas significaban algo, además de que ella es una mujer que se arregla en todos los detalles (huele bien, se viste bien, cuando no usa el uniforme del casino, se pinta siempre los ojos y la cara, se pone lentes de contacto que me hicieron caer la primera vez que la vi que había una negra con ojos verdes; el aliento siempre oliendo a menta, etc). Me la figuro en la peluquería (la peluquería!), haciéndose su nuevo peinado ( su nuevo peinado!), hablando de la manicura a una vieja haitiana que es también media bruja, o la combinación exacta para ser su consejera, que le recomienda las uñas con triángulos blanco y negro, como símbolo de la unión del blanco con la negra. Su peinado! Cuando la conocí tenía el pelo atado bien tirante con una cola de caballo, y después le estallaba una pelota de rulos colorados. Cuando no la conocía, ni le había hablado, la miraba mucho. Ella se juntaba con Shuhun y como siempre con Stephanie. Hasta que un día me habló, me preguntó si yo era modelo. Una fantasía que habían armado entre los tres. Y por un tiempo, algunas semanas, me dijeron “the model”. Ella me lo decía, “hey, model, hey, superstar”. Shuhun: “I’m with the model today”, lo que me embravecía, porque que lo diga una mujer, ta. Aunque no cualquier mujer, porque la gorda Stephanie, alto relleno de raviol, me decía : “Hi, model” y me guiñaba un ojo y enpuntaba los labios. Podía notar que toda su cara redonda brillaba. Se había puesto una tonelada de polvo y pintado los labios unas cuantas veces. Stephanie más tarde conseguiría consuelo en un slot- tec, negro, que ganaba cinco dólares más la hora que nosotros y la quería mucho.
Después ella entró a una peluquería y gastó a hundred bucks por un peinado con extensiones que a mí me parecía qie ;e hacían la cabeza de piña (pinapple head), pero a ella le gustaba porque le comprimía el pelo y le disimulaba su cabeza supuestamente un poco grande. Para mí su cabeza está perfecta; se la besaría toda, o me la comería como si fuera una fruta jugosa. El asunto es que el peinado consistía en siete trensas coloradas, a quince dólares cada una, que le dibujaban a lo largo de la cabeza un vórtice, siete serpientes llendo hasta su nuca y dibujando ahí círculos que representan flores. El problema de ese peinado era que podía dormir sólo de un costado, porque del otro lado estaba la terminación de los círculo-flores que casi llegaban a su hombro; y con el correr de los días la cabeza le picaba. Y la última vez que la vi con ese peinado, la vez que me pasó su número de teléfono, tenía grandes bloques de caspa.
Lunes y martes pasaron los días que ella tenía off y cuando el miércoles volvió, era otra su cabeza. Como si fuera otra persona, ahora tenía el pelo corto. Colorado, un poco de violeta, para convinar con su uniforme. Ya todas venían pintadas los ojos, los labios, las uñas o el pelo de violeta. Un mechón que cuidadosamente a penas le tapa el ojo izquierdo y en la parte de arriba de su cabeza, una meseta que me llama la atención. Como si tuviera la fisonomía de la cabeza de Betty Mármol. Más tarde, juntos en Satelite, me explica. Ese no es su pelo. Su pelo tampoco se lo cortó. Su pelo está anudado y recogido debajo de lo que tiene arriba de la cabeza lo que hace esa meseta suficientemente plana como para apoyar un vaso o un libro, meseta que se corta después de la nuca y cae. Aunque me avisa riéndose: “It’s not gonna fall”.

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