miércoles, 26 de marzo de 2008

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Con Gella, esa relación cíclica que daba estremecimientos de frío en la espalda de Víctor cada tanto, se empezaban a dar repeticiones curiosas dignas de ser advertidas. Desde la supuesta fecha que había dictado ella de manera totalmente arbitraria, como inicio de la relación, pasando por la celebración del mes aniversario de su primera posesión material compartida, un encendedor encontrado en la calle, funcionando a medias, hasta los rituales de los juegos que ya no se podía salir por haberse establecidos como única manera de comunicarse con el otro. Víctor siempre llegaba a su casa, ella lo hacía esperar una media hora mientras se cambiara, todavía en piyama a pesar de la advertencia de Víctor por teléfono bastante tiempo antes de su llegada. Y él pacientemente esperaba, como si nada, haciéndose la idea que detrás de la puerta de donde había aparecido Gella, se escondía algo maravilloso, una sorpresa inusitada. Pero más tarde salía Gella y se disolvía la fantasía y el misterio. Víctor, ya irritado, sin siquiera intercambiar alguna palabra con ella, pensaba ya en irse, mientras que del otro lado había una voz suya que coincidía con la de Gella que proponía quedarse. Esa voz le hablaba suave al oído, profiriendo palabras inexistentes, armando frases incoherentes que terminaban de convencerlo y se rendía a quedarse, aceptando nuevamente traspasar por la puerta de su cuarto y someterse a los mandatos que ella enunciaba.

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